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Por la sequía, se siembra menos y el país perdería 3.300 millones de dólares

Podría haber más soja respecto del ciclo agrícola pasado, que, no obstante, no llegaría a compensar el impacto económico proyectado para la campaña.

La Niña, que por tercer año consecutivo afecta al país y es un fenómeno que se expresa en lluvias por debajo de lo normal, podría representar una pérdida de hasta US$3300 millones considerando su efecto sobre el trigo ya sembrado y el maíz y la soja que se plantarán, de haber condiciones para hacerlo, desde septiembre y octubre próximos, respectivamente.

Tras una recorrida por algunos lugares de la zona agrícola núcleo, con una visita a Bigand (Santa Fe), Los Surgentes y Monte Buey (Córdoba) y Pergamino (Buenos Aires), no solo se sembró menos trigo y ocurrirá lo mismo con el maíz, sino que se aguarda una pérdida de rendimiento que terminará de agravar la situación. Podría haber más soja respecto del ciclo agrícola pasado, que, no obstante, no llegaría a compensar el impacto económico proyectado para la campaña.

Vale recordar que, según un informe del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), la probabilidad de que continúe el fenómeno La Niña es de entre un 70 y 80 por ciento aproximadamente. El organismo reconoció que existe “un panorama crítico en cuanto a la disponibilidad hídrica, particularmente en regiones del oeste y norte de la región triguera”.

Pablo Mercuri, director del Centro de Investigación de Recursos Naturales del INTA, dijo que el efecto La Niña “claramente estará hasta fin de año”. De acuerdo con el experto, el fenómeno “se comenzaría a debilitar” en enero próximo. Ayer se registraron precipitaciones sobre el sur de Entre Ríos y zonas del centro-este bonaerense, pero no llegaron a la región agrícola núcleo afectada.

Según la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR), la siembra de trigo a nivel nacional se recortó de 6,9 millones a 5,9 millones de hectáreas respecto del ciclo agrícola pasado, lo que representa una merma de un millón de hectáreas. En la entidad consideran que, a rindes promedio, un millón de hectáreas en el cereal puede dar por lo general 3,3 millones de toneladas.

Además del recorte en trigo, la BCR ya prevé una reducción de 400 mil hectáreas en maíz, a ocho millones de hectáreas. Para tener en cuenta, en este cultivo 400 mil hectáreas pueden generar 3,2 millones de toneladas, de acuerdo con los cálculos de la entidad. En este contexto, solo con estos dos cultivos, y considerando la menor área sembrada y la producción equivalente, hay que hablar de US$2100 millones. “Es lo que se deja de ganar”, señaló Emilce Terré, jefa de la Dirección de Informaciones y Estudios Económicos de la Bolsa rosarina.

En este contexto, Néstor Roulet, productor agropecuario, consultor y exsecretario de Agregado de Valor durante la gestión de Mauricio Macri, realizó un informe en el que estima una pérdida de unos 3.300 millones de dólares, entre trigo, maíz y soja.

Roulet no sólo evaluó el efecto de la menor siembra de trigo y maíz en hectáreas, sino también la incidencia del factor Niña en cuanto a la pérdida de los rindes. En soja, en tanto, tomó más área proyectada, pero menor rendimiento.

En cuanto al trigo, con un recorte de 15 por ciento en el rinde versus el año pasado, y si la producción baja de los 23 millones de toneladas del último ciclo 2021/22 a los 17,7 millones de toneladas proyectadas por la Bolsa rosarina para 2022/23 (5,3 millones de toneladas menos), habría una pérdida de ingresos en divisas para el país de US$1457,5 millones. Esto, considerando además que se pierde mercadería de exportación.

En cuanto al maíz, el análisis de Roulet habla de una merma productiva que podría superar los 7 millones de toneladas contra la campaña pasada (de 51 millones a 43,3 millones de toneladas), lo que en divisas representaría 1.771 millones de dólares menos.

Por otra parte, en el caso de la soja se viene proyectando un aumento del área sembrada. Esto porque el cultivo tomaría superficie que no se pudo sembrar con trigo y que se dejará de hacer con maíz. Vale tener en cuenta que la soja demanda entre el 50 y 60 por ciento de la inversión que requiere el maíz y es un producto que está al margen de las intervenciones del Gobierno para la “mesa de los argentinos”, cosa que sí ocurre con el trigo y el maíz, cuyas exportaciones están controladas.

En números, la oleaginosa pasaría de 16,1 millones de hectáreas del ciclo agrícola pasado a 16,8 millones de hectáreas en la campaña 2022/2023 (700 mil hectáreas más), pero, aun así, con un 10 por ciento menos en el rinde previsto, se cosecharían 42 millones de toneladas, 200 mil toneladas menos que en la última campaña. Traducido todo lo anterior a divisas, la pérdida económica en este cultivo significaría US$106 millones.

Para Roulet, la incertidumbre generada por el gobierno en el sector (en los últimos meses diferentes voces, entre ellas la del Presidente Alberto Fernández, amenazaron con un incremento de las retenciones al trigo y el maíz) y la sequía llevaron a un “cambio en la matriz productiva” del productor. “La gente va más a la soja”, apuntó Roulet.

“La incertidumbre planteada a partir de las versiones de cambio en la política agropecuaria por parte del gobierno nacional, sumada al evento climático de La Niña, tendrán un efecto negativo para el ingreso de dólares en el país en el año 2023″, alertó.

Impacto

En enero pasado, en plena sequía que afectó a los cultivos de soja y maíz, la BCR calculó en US$2930 millones el impacto negativo para los productores por causa de la caída del potencial de rendimiento. Pese al efecto sobre la producción, hubo una cierta compensación por el lado de los precios internacionales, algo que se ve en las estimaciones de exportaciones. Considerando todas las exportaciones agroindustriales, cuando finalice 2022 podrían entrar al país, según la entidad, US$41.716 millones, US$3667 millones por encima del valor de 2021.

A los productores, más allá de los números generales, la sequía les significa un impacto directo para su economía particular. Para ejemplificar, el ingeniero agrónomo y productor agropecuario Gabriel Pellizzon, que tiene un campo a cinco kilómetros de Los Surgentes, Córdoba, estima que, de no haber un cambio significativo en el panorama productivo, su rinde en trigo sería de 22 quintales por hectárea (en la región el promedio suele estar en 45 quintales) y podría perder US$300 brutos por hectárea.

“De ocurrir esto, estaremos trabajando a pérdida porque la inversión que hice en insumos (fertilizantes, herbicidas, semillas y labores) por hectárea fue de US$299,83, de los cuales los labores se llevan US$91,38 y los insumos, US$208,44″, precisó.

Esto a pesar de que, aclaró, la inversión de este año fue acotada, porque antes de iniciar la campaña se planificaba una inversión de US$450 por hectárea. En rigor, a medida que las condiciones del clima fueron empeorando se ajustó el presupuesto a los casi US$300. Pellizzon redujo en torno de un 50 por ciento la superficie sembrada respecto de la campaña pasada. Solo hizo 290 hectáreas.

Por su parte, el productor José Luis Roca todos los años destina en su campo ubicado en las afueras de la localidad de Bigand (Santa Fe) 33 de las 120 hectáreas que produce (25 propias y el resto alquiladas a su familia) al trigo. En el resto suele hacer maíz y soja. Este año, por la falta de humedad, no sembró el cultivo invernal. Estima que dejó de tener un ingreso de unos US$36.000 netos.

Fuente: La Nación

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